El verdadero origen de la prostitución

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Se habla mucho de ella, pero pocos realmente conocen todo lo que engloba la prostitución, o la propia historia que este oficio lleva detrás. Siglos y siglos de imposición moral religiosa nos han llevado a mirar con malos ojos a las prostitutas, porque son mujeres que venden su cuerpo por dinero. Es la intimidad lo que ofrecen, el sexo, algo que pertenece a nuestra parcela privada, y que solo deberíamos compartir con aquellas personas que nosotros decidiéramos… Sin embargo, el trabajo sexual, cuando es optativo, se puede entender como cualquier otro oficio en el que ponemos a disposición del cliente nuestra mano de obra. Ya sea con nuestro cuerpo, como en carpintería, albañilería, etc…, o nuestra mente, cuando debemos crear sloganes ara la campaña de una marca, por ejemplo. Al final, la mayoría de nosotros trabaja para otras personas, ofreciendo un servicio o un bien, a cambio de un dinero estipulado previamente.

Como decimos, la diferencia que hay entre esos trabajos “normales” y la prostitución es que lo que se ofrece es intimidad, algo muy personal. La religión ya tipificó la lujuria como pecado, algo que puede ir desde sentir deseos por una chica que ves por la calle a engañar a tu pareja con otra persona. Sin embargo, el placer n o tiene por qué verse de manera peyorativa, y es algo que por suerte está cambiando en los últimos tiempos. Al menos ahora existe un debate real sobre la situación de las prostitutas, un problema que la sociedad mira de reojo, pero que es urgente solucionar. Y es que al fin y al cabo, estas mujeres no quieren quedarse fuera del sistema, sino ser reconocidas como trabajadoras, con los mismos derechos que los demás. La situación de la prostitución ha sido clandestina durante mucho tiempo y sacar a la luz todo este sistema es hoy por hoy complicado, sobre todo de cara a ciertos sectores sociales. Sin embargo, las prostitutas no siempre han tenido tan “mala fama”. Basta con regresar a los orígenes del oficio para entender cómo surgen este tipo de intercambios, relacionados además con lo sagrado y las deidades.

¿El oficio más antiguo del mundo?

Siempre se ha dicho que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo. Es una de esas frases hechas que se ha convertido en tan habituales que uno acaba por darlas por ciertas. Sin embargo, es poco probable que sea así, ciñéndonos a los datos históricos. Seguramente, el trabajo de cazador, recolector o tejedor apareciera antes que el de prostituta. Eso no quita que este empleo tenga milenios de Antigüedad y, de hecho, aparezca en algunos de los primeros textos que se conservan. Desde que se tienen registros fehacientes de algunas culturas, en Oriente Próximo y Medio, la prostitución está presente. Incluso en la Biblia, en el Antiguo Testamento, aparecen historias sobre prostitutas, como la de Judá y Tamar, en el libro del Génesis.

Las prostitutas sagradas y los templos

A muchos eso de prostitución sagrada les sonará bastante extraño, incluso una auténtica contradicción. La relación entre lo místico y el sexo es más que evidente desde el principio de los tiempos, solo que ha sido tergiversada y  manipulada por las religiones actuales. En la Antigüedad, tanto en Sumeria como en otros territorios cercanos, el sexo no estaba mal visto, sino todo lo contrario. Para muchos, de hecho, era como una manera de tocar el cielo, de estar en contacto con los dioses. Al ser religiones politeístas, estas culturas tenían multitud de deidades a las que adorar. Algunas de ellas, como la diosa Ishtar, eran femeninas y representaban la fertilidad, la abundancia, la capacidad de la propia mujer por traer vida al  mundo.

Se da la situación de que, en los templos dedicados a esas diosas primigenias, las encargadas de cuidar y mantenerlo todo eran mujeres, elegidas por su belleza y su cultura. Eran chicas jóvenes, pero también mujeres maduras, que habían entregado su vida al culto a esa diosa en concreto. Cuando los hombres acudían a los templos a dejar sus ofrendas, estas mujeres tenían un encuentro sexual con ellos, como muestra de gratitud. Ellas mismas pensaban que eran las propias diosas las que las poseían para llevar a cabo esos servicios sexuales. No obtenían a cambio dinero, aunque a veces sí que conseguían ganar algo en metálico. Lo habitual era recibir ofrendas, pero el intercambio era el mismo: sexo a cambio de algo valioso. Y desde luego, aquellos intercambios no estaban mal vistos, sino todo lo contrario. Estas mujeres eran prostitutas sagradas que estaban en contacto directo con las diosas.

Una práctica común en la Antigüedad

La prostitución sagrada comenzó en Oriente Medio pero se expandió posteriormente por muchos otros territorios, sobre todo alrededor del Mar Mediterráneo. Hay registros de este tipo de servicios en templos del Antiguo Egipto, pero también en Grecia, e incluso en los primeros años del Imperio Romano. Las prostitutas sagradas eran respetadas y veneradas por la sociedad, e incluso muchas familias soñaban con que sus hijas fueran escogidas para tan noble puesto. Pero más allá del templo, algunas mujeres también comenzaban a ofrecer sus servicios a cambio de bienes o favores. Normalmente desesperadas por sobrevivir, se lanzaban a las calles para encontrar clientes.

La expansión de las prostitutas callejeras tuvo lugar en la Antigua Roma, cuando ya había diferentes tipos de trabajadoras sexuales, clasificadas según su rango. Fue el inicio de esa visión más peyorativa de la prostitución que tenemos hoy en día. La prostitución sagrada fue desapareciendo poco a poco, y muchas mujeres comenzaron a trabajar por su cuenta, incluso en los primeros burdeles y lupanares, que eran gestionados por el Imperio. La mayoría de mujeres que entraban en la prostitución, sin embargo, comenzaron a ser esclavas, obligadas por sus dueños. Esto hacía que cada vez, la visión de este trabajo fuera a peor, ya que el resto de mujeres no querían hacer lo mismo que las esclavas.

Estigmatización del oficio

Conociendo todo esto, ¿cómo hemos llegado entonces a señalar a las prostitutas como provocadoras de todo el mal del mundo? La respuesta es compleja, pero si tuviéramos que ir a un punto, nos quedaríamos con la llegada de las religiones monoteístas, sobre todo las abrahámicas. Cuando el cristianismo, el islamismo y el judaísmo se convierten en los cultos más importantes del planeta, y dejan atrás los demás cultos paganos, imponen su visión de la moral. Desaparecen los panteones de dioses para adorar a un dios único, siempre varón. El papel de la mujer queda relegado a un plano muy secundario, y se intenta controlar cada detalle de la vida de los adeptos a través de los pecados, del miedo. El sexo pasa a ser algo sucio y prohibido, y por tanto, la prostitución es uno de los trabajos más deleznables. La mujer buena debe ser casta y solo entregarse a su marido. Las prostitutas, obviamente, estaban en el otro extremo. Y así seguimos, con ese pensamiento cerrado, desde hace siglos.